44 años del caso de los pilotos chilenos transportados por un ovni de Viedma a Pedro Luro

A las tres de la madrugada del 23 de septiembre de 1978, el piloto chileno Carlos Acevedo, al volante de un Citroën GS, buscaba recorrer los últimos mil kilómetros que lo separaban de la meta de la extenuante Vuelta a la América del Sur; a su lado estaba el copiloto, Miguel Ángel Moya, de la misma nacionalidad. En ese momento Acevedo vio una luz en el espejo retrovisor, que él tomó por los faros de otro auto y se corrió para dejarlo pasar. Pero esa luz se acercó más y más, y lo que sucedió después resultó ser la historia más extraña que se haya contado de esa carrera: los ocupantes del vehículo aseguraron haber sido “llevados” durante unos 70 kilómetros, hasta cercanías de Pedro Luro, durante dos horas, sin que ellos hayan recordado nada. ¿Los secuestró un ovni, fueron teletransportados o mintieron deliberadamente para ganar tiempo en la carrera? Al día de hoy continúa siendo un enigma sin resolver. En el video compartimos la entrevista que se le realizó a Eduardo Fochezato al playero de la estación de Pedro Luro que los recibió y a la primera persona que le contaron la situación vivida.

“Fue una carrera única”, le contó el expiloto y conductor del programa A Todo Motor, Rubén Daray, a este cronista. “Por la longitud que tuvo, fue la carrera más larga de la historia, 29.000 kilómetros en treinta días, con etapas que a veces superaban los mil kilómetros por día. Y se corrían con autos normales, por decirlo así, no eran autos especiales que tiene una carrera como el Dakar, éstos eran autos de calle preparados para correr”. Entre los detalles rocambolescos de la carrera se cuenta la participación del escritor Jorge Asís, quien cubrió la Vuelta para el diario Clarín mientras manejaba cientos de kilómetros por día en un Citroën Ami 8.

Nota de tapa

A una semana del acontecimiento la revista Somos, dedicada a temas políticos, salió en su tapa con una ilustración del vehículo iluminado por un supuesto ovni y el título “El extraño caso del auto volador”. La nota incluye un reportaje a Acevedo y a Moya, donde repiten el relato que le hicieron a un policía en la estación de servicio de Pedro Luro. “Acevedo se agarraba la cabeza con desesperación; estaba a punto de llorar. Moya, en cambio, no conseguía articular palabra, parecía paralizado”, aseguró el oficial inspector Jorge Osimi, quien había sido convocado al lugar por el sereno de la estación.

El piloto comenzó diciendo que “a treinta kilómetros de Viedma vi por el espejo retrovisor que se acercaba una luz densa de color amarillo y violeta. Primero pensé que se trataba de un coche y, por la velocidad que traía, tenía que andar a unos 300 kilómetros por hora. Intenté darle paso y me corrí hacia la izquierda. Entonces la luz inundó todo el habitáculo y no pudimos ver más allá del capot del auto. Miré por la ventanilla y comprobé que nos encontrábamos a dos metros del piso. Creí que era un lomo de burro, pero continuamos subiendo, y entonces tomé conciencia de que algo completamente distinto estaba sucediendo”. Moya estaba aterrado. “Tiré de las perillas pero las puertas no se abrieron”, aseguró. Un minuto más tarde descendieron y la luz se alejó. Manejaron un poco más y descubrieron que estaban Pedro Luro, apenas minutos después de haber pasado por un punto a 70 kilómetros de distancia.

Pero acá no había terminado el misterio, porque según Acevedo “en Viedma llené el tanque y cargué 40 litros más en uno suplementario ubicado en la parte trasera. Una vez en Luro, quise volver a reponer lo que había gastado y me encontré con que los 40 litros del tanque adicional habían desaparecido”. El sereno de la estación de servicio comentó con cierto escepticismo que “quizás a los marcianos les guste tomar nafta”.

Un cono amarillo

En otra publicación de la época, UFOpress, hay más detalles de la narración de Acevedo y Moya. El piloto contó que una vez que “aterrizaron”, “la luz dejó el habitáculo y observé que hacia el oeste se alejaba. Algo así como un cono de luz amarilla, pero que no terminaba en punta sino que estaba como truncado. No sé, sería como de cuatro o cinco metros en la base y dos o tres en la cúspide, y de unos seis metros, quizá siete, de altura. La base iluminaba el terreno, aunque en realidad no se veía que era lo que iluminaba, o sea no se veía a través de la luz. Unos segundos después la luz se, ¿cómo podría decirlo?, se retrajo… o se levantó como una cortina, de abajo hacia arriba, y lo único que quedo a la vista fue una luz blanco-amarillenta, ovalada, que siguió rumbo al oeste hasta desaparecer en la distancia”.

¿Qué era esa luz? ¿Qué había ocurrido con los pilotos, por qué habían “perdido” tiempo y combustible, y “ganado” kilómetros? El caso es que en las crónicas de la Vuelta a la América del Sur se recuerda el hecho con extrañeza y hasta con sorna. “Fue incomprobable”, dicen algunos. Otros afirman que los chilenos fueron descalificados por haber querido hacer trampa en la competencia. Acevedo aseguró que tanto la firma Citroën como una organización francesa dedicada a estudiar ovnis querían hacer tests con el auto, pero nunca se supo nada de eso.

Luces en un pasillo

Aquí terminaba todo lo que se conocía sobre este tema. Hasta que en el año 2000 el periodista chileno Patricio Bañados entrevistó para su exitoso ciclo OVNI a Miguel Ángel Moya (Acevedo había fallecido en un accidente en 1987). El copiloto contó en esa oportunidad que cuando la luz levantó el auto “apareció un pasillo largo con puertas a ambos lados. Nosotros íbamos avanzando. Por esas puertas se cruzaban luces. Sabía que Carlos estaba ahí porque lo escuchaba gritar. Llegamos al final del pasillo y había una cúpula. De allí colgaba un tablero, de donde salían luces dando vueltas. Dos se nos acercaron. Carlos me dijo ‘¿Qué pasa?’ Y le contesto ‘parece que nos agarraron los marcianos, huevón’. Ahí toda la escena desapareció y volvimos a estar en el auto”.

FICHA TECNICA DEL CASO

Lugar: cruce de la Ruta 3 con el camino vecinal que conduce al pueblo por Cardenal Cagliero (hoy R1) – Carmen de Patagones – Viedma – Pcia. de Buenos Aires.

Testigos: Miguel Angel Moya y Carlos Aceved

Fecha: 23 de septiembre de 1978

Hora: aprox. 3:00 am

Autoridad interviniente: Policía de Pedro Luro – Oficial Inspector Daniel Osimi, Cabo Jesús García y oficial José Bordenave.

Testigos secundarios: Eduardo Forchesatto: (sereno de la gasolinera)

EL CASO:

El 17 de agosto de 1978, Carlos Acevedo y Hugo Prambs, partieron de la ciudad de Buenos Aires a bordo de un Citroen GS 1220, en cumplimiento de la primera etapa del Rally de América del Sur, organizado por el Automóvil Club Argentino y el Banco de Intercambio Regional.
La competencia de la que participarían era en verdad extenuante para hombres y máquinas: una verdadera maratón de poco más de un mes de duración en el transcurso de la cual deberían unir Buenos Aires con Caracas (Venezuela) para regresar por la costa sudamericana del Pacífico.

La tripulación del Citroen número 102 debió enfrentar innumerables problemas, en especial en los últimos tramos del Rally, los que determinaron que debieran renunciar a continuar participando de la competencia. Sin embargo, fruto de la determinación de Acevedo y la ayuda de otros competidores, pudieron «reengancharse», luego de haber efectivizado su abandono, con el objeto de completar el recorrido.

El 16 de septiembre, en la ciudad de Bariloche, se produjo la deserción de Hugo Prambs por problemas personales, siendo reemplazado por Miguel Angel Moya.

En la madrugada del 23 de septiembre, Acevedo y Moya recorrían los últimos 1000 kilómetros del Rally. Aproximadamente a las 02:00 hs., se detuvieron en la estación ACA de Viedma (provincia de Río Negro) donde repostaron combustible (llenaron el tanque standard de 50 litros y un depósito suplementario de 40 litros), tomaron café y conversaron algunos minutos con otros competidores. A las 02:30 hs. el Citroen número 102 estaba nuevamente en lo ruta con rumbo a Bahía Blanca, luego de cruzar el Río Negro y atravesar la ciudad de Carmen de Patagones.

Aproximadamente a las 03:00 hs. habían dejado atrás el cruce de la Ruta 3 con el camino vecinal que conduce al pueblo de Cardenal Cagliero y se encontraban a la altura del Salitral del Algarrobo y la Salina de Pedro, a unos 30 kilómetros al norte de la ciudad de Carmen de Patagones (coordenadas aproximadas de la localización de los testigos: 40* 29′ Latitud Sur, 62* 49′ Longitud Oeste).

Carlos Acevedo se encontraba al volante del Citroen. De pronto observó una potentísima luminosidad que se reflejaba en el espejo retrovisor de su automóvil.

Era una luz densa, de una coloración amarillenta. Al principio se distinguía sólo como un punto en el espejo, sin embargo su tamaño aumentaba a ojos vista.

Acevedo y Moya viajaban en aquellos momentos a casi 100 kilómetros por hora. Pese a ello la luz parecía acercarse rápidamente, por lo que Acevedo supuso que se trataba de las luces frontales de alguno de los automóviles de la clase de mayor cilindrada ( Citroén 2400 o alguno de los Mercedes Benz ), por lo que decidió disminuir sensiblemente la velocidad de su automóvil y pegarse al borde derecho de la cinta asfáltica a fin de facilitar el paso de lo que suponía era otro competidor del Rally.

La luz ya llenaba el espejo retrovisor y continuaba acercándose a gran velocidad. De pronto el habitáculo del Citroén de Acevedo y Moya se »llenó» de luz.

«La luz inundó todo el habitáculo y no podía ver más allá del capot del auto. Era una luz densa, muy brillante, de color amarillo con algunos tintes violáceos. En ese momento el auto me pareció fuera de control . Miré por la ventanilla y ví que estábamos a casi dos metros del asfalto. De inmediato pensé que habíamos saltado un ‘lomo de burro’ y comencé a volantear, preparándome para el momento en que tomáramos nuevamente contacto con el asfalto», relató Acevedo.

Sin embargo, el automóvil lejos de descender, parecía continuar elevándose incontroladamente.

«Tras algunos segundos, no se, quizá 5 ó 10. Reaccioné, me di cuenta que aquello era algo completamente anormal. Quise mirar nuevamente por la ventanilla pero lo único que se veía era esa luz densa.

Recuerdo que comencé a gritar ¿Qué pasa?, pero Moya no me contestaba. Cuando miré hacia mi derecha mi compañero no estaba allí, o al menos yo no lo podía ver. En realidad ni siquiera podía ver el tablero de instrumentos. Sólo veía esa luz, densa, que parecía como un líquido, no sé, algo así como pegajosa», recordó Acevedo.

Por su parte, Miguel Angel Moya permanecía como paralizado por el temor, y nos explicó :

«En un primer momento yo también pensé un ‘lomo de burro’ y me asustó algo la posibilidad de un vuelco, pero cuando noté que el auto parecía flotar en el aire y no descendía me atemoricé aún mas. Realmente era una situación que no podía comprender. Lo miré a Carlos y lo vi rígido, con los brazos extendidos aferrando el volante y la vista clavada frente. Parecía que estaba gritando pero yo no oía nada. Lo veía todo como a través de una niebla amarilla, como si yo estuviera distante, en otro lado. Creo que mi primer reacción fue escapar de allí, y quise abrir la puerta pero no pude, parecía como soldada. Noté que la temperatura se elevaba aunque a lo mejor era producto de mi estado de temor. De pronto la luz lo envolvió todo y yo ya no veía nada, creo que ni siquiera veía mis manos, ni nada».

los testigos perdieron entonces la noción del tiempo. De pronto sintieron una sacudida y notaron que el automóvil estaba nuevamente en tierra.

«Creo que había pasado un minuto, o dos, no se realmente, cuando sentí una sacudida leve, pero de inmediato tuve la impresión de que el auto estaba otra vez sobre la ruta. En ese mismo momento la luz amarilla pereció que se hacia menos intensa y de a poco pude ver a mi alrededor, vi el tablero, el capot del auto. Miré por la ventanilla y vi la tierra, estábamos en la banquina de la contramano, sobre la izquierda de la ruta, totalmente detenidos. De pronto la luz dejó el habitáculo y observé que hacia el oeste se alejaba. algo así como un cono de luz amarilla, pero que no terminaba en punta sino que estaba como truncado. No se, seria como de cuatro o cinco metros en la base y dos o tres en la cúspide, y de unos seis metros, quizá siete, de altura. La base iluminaba el terreno, aunque en realidad no se veía que era lo que iluminaba, o sea no se veía a través de la luz. Unos segundos después la luz se, ¿como podría decirlo?, se retrajo …o se levantó como una cortina, de abajo hacia arriba, y lo único que quedó a la vista fue una luz blanco-amarillenta, ovalada, que siguió rumbo al oeste hasta desaparecer en la distancia», relató Acevedo.

Por su parte, Moya tardó algunos segundos en recuperarse de la impresión producida por la anormal situación vivida:

«De pronto todo pasó, y estábamos solos en la ruta, nos miramos con Carlos pero no podíamos decirnos nada. Yo estaba como entumecido, me temblaban las manos y sentía una opresión en el pecho, me costaba respirar «.

Acevedo y Moya permanecieron en silencio por algunos segundos, sin atinar a realizar ninguna acción o actividad. Por fin, Acevedo descendió del vehículo para, según nos expresó, «ver si todo estaba en su lugar». Apenas un minuto después ascendió nuevamente al Citroén y, a toda marcha, continuaron por la Ruta 3 rumbo al norte.

Tras 15 minutos de marcha, poco más o menos la tripulación chilena del Citroen número 102 arribó a Pedro Luro, localidad situada en la provincia de Buenos Aires a 123 kilómetros al norte de Carmen de Patagones. Se detuvieron en una gasolinera, a fin de averiguar la ubicación de un destacamento de policía, y al decidir controlar el instrumental del automóvil, constataron dos hechos anómalos: el odómetro atestiguaba que, desde la ciudad de Viedma a Pedro Luro, habían recorrido 52 kilómetros, cuando la distancia real entre las dos localidades es de 127 kilómetros; por otra parte, habían arribado a Pedro Luro a las 05:10 horas, habiendo salido de la zona urbanizada de Carmen de Patagones a las 02:50 horas, aproximadamente. Habiendo realizado el trayecto a una velocidad media de 100 kilómetros por hora no deberían haber insumido más de 75 minutos para cubrir la distancia existente entre ambos puntos, pero en realidad habían insumido 2 horas 20 minutos.

Los testigos constatarían un tercer hecho inexplicable: al decidir llenar el tanque principal de gasolina observaron que el depósito secundario estaba absolutamente vacío, pese a que había sido llenado con 40 litros en la ciudad de Viedma.
Los hechos explicitados confundieron aún más a los testigos, quienes, presa de un creciente temor, decidieron dar cuenta de los hechos a la policía de Pedro Luro, para lo cual se dirigieron al destacamento respectivo.
Allí fueron solícitamente atendidos por el oficial inspector Daniel Osimi, a quien relataron los pormenores del incidente protagonizado y solicitaron se les facilitara custodia hasta la ciudad de Bahía Blanca.