Pedro Luro: El Boliche de La Loma, un viaje al pasado no tan pasado

En tiempos lejanos, de conquistas y avances territoriales, los almacenes de ramos generales, las pulperías y los llamados boliches de campo, fueron el lugar de encuentro obligado para viajeros y pobladores de las localidades rurales. Sus antiguas construcciones a lo largo y ancho de nuestro territorio fueron testigos de interesantes historias y relatos.

Se me ocurre que estos boliches rurales debieron ser la consecuencia de las antiguas pulperías que mojonaron la pampa en aquellos tiempos de conquistas incesantes y sedientas, muchas de esas épocas fueron retratadas en el Martín Fierro, según eternizó Hernández, o en los almanaques de Molina Campos.

Lo cierto es que, en las infinitas extensiones pampeanas, las pulperías comenzaron a surgir en ubicaciones estratégicas; sobre todo cerca de algunos caseríos que luego se transformarían en pueblos y de campos que comenzaban a ser explotados para agricultura y ganadería, y especialmente a orillas de rutas transitadas -como el Camino Real o en algún cruce de caminos.

Se convirtieron así en los primeros “supermercados” del campo, donde los paisanos encontraban desde bebidas alcohólicas fuertes, como caña y ginebra, hasta vinos en damajuana, tabaco, yerba, azúcar, arroz, pan, grasa, leña, jabón de sebo, artículos de ferretería, armas, telas, ropa y otros productos de vestir, además de lumbre y combustible, vajilla y cuchillos, aperos agrícolas y de montar, papel y hasta productos de farmacia y pólvora. Muchos productos llegaban desde Cuyo, Santiago del Estero, el Litoral o Tucumán; otros, desde Europa. Se transportaban a destino en carretas, que muchas veces viajaban en tropas -varias juntas- para hacer más ameno y seguro el viaje.

Y las pulperías, transformadas en almacenes, no perdieron su rol de punto de encuentro y centro de reunión social. Allí continuaron juntándose los paisanos a jugar a las cartas o a la taba, a charlar; a beber y, a medida que la noche avanzaba, a saldar diferencias a cuchilladas. Especialmente para esos casos se instalaron las altas rejas tras las cuales se protegía el pulpero, y que hasta hoy son una de sus marcas registradas.

Esas pulperías que según Sarmiento eran un oasis de sociabilidad en aquellos atardeceres luego de largas jornadas con peligros constantes y que había que ser muy baqueano para internarse entre esos pajonales machazos con la sola presencia de los ñandúes fugaces y el grito del chajá quebrando la noche.

El día señalado era el domingo a la tarde, único hueco de la semana que se permitían a sÍ mismos los sacrificados hombres rurales de entonces. Llegan así en estos momentos los rostros de todos aquellos hombres y mujeres que poblaron ésta zona cercana al pueblo. Un gran vacío más hondo que todos estos años se interponen entre algún recuerdo, alguna anécdota sucedida en aquellos míticos boliches.

Cerca de Fortín Mercedes se encuentra lo que fue el Famoso Boliche de La Loma, está ubicado en un sector del camino que va desde Fortín Mercedes a San José, en una curva bastante pronunciada y en el cual también se encuentra un cruce de caminos. El terreno es dentro de lo que hoy son los campos del Complejo Salesiano.

Me puse en contacto con Oscar Alberto Ramos hijo de Elba Alfaro de Ramos y Casimiro Ramos, ellos fueron los fundadores del Boliche de La Loma, y también formaba parte de la familia su hermana Alicia Manuela Ramos de Frascarelli. Según me relató Oscar sus padres adquirieron esas tierras entre 1933 y 1935, por esos años se las habían comprado a la Familia Machain. Detrás del edificio donde funcionó el boliche se encuentra una casona de forma tradicional, bastante modesta pero de cortes refinados, unos garajes ubicados al costado, un aljibe que seguramente abastecía de agua de lluvia, un piso de baldosas que aún se conserva y los inmensos árboles que rodean con sus sombras el lugar.

El Boliche abrió sus puertas en 1936, seguramente el nombre fue dado por la geografía del lugar ya que en aquellos años la altura del terreno, sin la forestación actual, permitía ver el Cauce del Río Colorado y esto significaba un punto estratégico para observar la zona a cierta altura, de hecho a unos escasos metros, 100 años antes, se había asentado con sus tropas el General Manuel de Rosas, exactamente detrás del Boliche, en lo que hoy conocemos como la Ermita del Divisadero de Rosas. Según la historia, allí acampó el General para luego asentarse río abajo y establecer el Fortín Colorado.

“Fue el primer almacén de ramos generales de la zona y llego a ser el más importante de la época compitiendo de espalda a espalda con Blas Ciccone, con Francisco Ciccone, también con Nagi Cura, que para esa época eran los más importantes del pueblo. Mi padre, recuerda Oscar, repartía en las estancias llevando con su villalonga, durante unos 10 años o más, los pedidos y las mercaderías varias a los peones y empleados. Se llegaba hasta cada puesto, hasta cada tapera por más lejana que fuera, como por ejemplo, hasta la Estancia Las Isletas, dónde en esos años Míster Rodgers estaba como administrador general y tenían cerca de 300 empleados con familias.

“También llegaban al boliche gauchos a caballo o reseros que llevaban la hacienda a pie para embarcarla en el tren. El parque del ferrocarril de Pedro Luro aún conserva el embarcadero con los corrales y mangas. Por varios años mi padre siguió repartiendo mercaderías hasta las otras Estancias como San Carlos, La Madrugada, La Estancia San José, también recuerdo otros establecimientos y puestos como La Ballena, El Retiro, Los Álamos . También recuerdo que en el Boliche teníamos el despacho de bebidas, que fue la esclavitud de mi mamá lidiando con algunos borrachos que se quedaban dormidos o discutían hasta altas horas de la noche.
Mi padre también compraba cueros, plumas de avestruz, cueros de nutrias, liebres, chanchos jabalí, ovejas, vacas y se los llevaba a Lassa y a su socio en la barraca. Allí acumulaban cereal en los galpones.”

“Como anécdota recuerdo que en el campo frente al boliche descansaban los caballos para recuperarse de largos trayectos y allí cerca, tiempo después, se hizo una perforación a cargo de YPF en busca de petróleo, como no tuvo éxito lo sellaron con un mojón de cemento enumerado, esa noche anterior hubo una gran celebración porque decían que había petróleo pero no fue así sólo sacaron un poco y de mala calidad.”

“El Padre Gregui era un asiduo visitante del lugar junto a los pupilos con quienes solía llegarse siempre. Para ellos sería como ir al shopping, y según dicen estaban los escritos del sacerdote donde él mismo relataba esas excursiones, allí también cuenta que solían llegarse hasta el Divisadero para recolectar restos arqueológicos.”

“Fui alumno del Colegio San Pedro y recuerdo que la vida de ésa época era muy sacrificada, para hacer el pan, se cosechaba el trigo que se lo molía en el molino Manera a cambio de su harina, por intermedio de un convenio. Luego estaba la bodega del mejor vino de misa y la chacra producía todas las verduras para el consumo de los pupilos y sacerdotes. También había una chanchería, para tener carne de cerdo y los gallineros en la chacra para tener huevos y carne, también recuerdo el tambo, donde se extraía la leche. Se criaban conejos con hinojos que también se cultivaba en la huerta. Recuerdo que habían unos 100 sacerdotes con los clérigos, 200 aspirantes y 200 estudiantes y 50 externos y 20 eran medios pupilos, más el personal de la chacra y la cocina. Mi papá también fue alumno del Colegio y siempre contaba que a veces jugaban con el cóndor Martín que es el que está embalsamado en el Museo. Según contaba mi padre alguien sin querer le pegó un pelotazo en la cabeza y del golpe se murió. Sabíamos que ese cóndor lo trajo del sur el Padre Brizzola.”

“Mi último recuerdo y el más emotivo fue una bendición cuando en esos días de revuelta política un sacerdote llevó el cuadro de María Auxiliadora al boliche para protegerlo y estuvo con nosotros por más de 3 meses guardado, por eso María es mi luz que me protege y siempre la llevo en mi corazón, soy de fe mariana por siempre.”

En el 1989 Casimiro Ramos le vendió el boliche a Tucchi y éste luego a Felix García, hijo de José, ya después de eso Oscar no se acuerda más. Un dato curioso es que su hermana, Alicia Ramos casada con Ángel Frascarelli (ambos ya fallecieron) tuvieron tres hijos, dos de ellos viven en la zona y están vinculados al campo y otro es médico, lo curioso de esta historia es que el mayor de ellos, Alejandro, se casó con Yanina Martínez y es hija de Beatriz Machain, que a su vez era hija de los primeros dueños del campo donde se ubicó el Boliche y que, cómo dije anteriormente, compraron Casimiro y Elba… Son esas cosas o curiosidades del destino…

Oscar o Cacho, como le decían, afectuosamente se dedicó varios días a escribirme por whastapp cada anécdota que le venía a la mente, no hizo falta hacerle preguntas, le llovían a borbotones los recuerdos y no dudaba de ponerlos en palabras. Está casado con Alicia con quien formó una hermosa familia y actualmente está jubilado de camionero y vive en Bahía Blanca, allí se asentó desde hace muchos años.

Otras de las personas lindas con las que suelo ponerme a charlar es Susana Ganduglia, muy conocida por su trayectoria laboral en el Colegio San Pedro y en todo el Complejo Salesiano, años de trabajo dedicados a esta Institución y fiel a su estilo también me llenó de recuerdos del Boliche de La Loma… Susana nació el 24 de Agosto de 1953 en la Estancia Las Isletas y vivió allí hasta los 13 años, su papá Eugenio Ganduglia era policía de ese establecimiento y recuerda muy bien el trayecto del camino entre Luro y La Estancia sobretodo el paso obligado por el Boliche, donde se encontraban para charlar con conocidos y amigos de otros campos y comprar todo lo necesario para el mes e incluso para más tiempo. Recuerda la buena atención de Casimiro y su señora, era un mundo de gente, las típicas estanterías eran altísimas hasta el techo de pared a pared y llenas de lo que te puedas imaginar, bebidas, ropa para hombre y mujer, regalería, medias, calzado y hasta tenían un sótano lleno de mercadería. Recuerdo que un día mi papá le regaló un perro de cerámica a mi mamá que lo tuvimos en la familia por muchos años, era un perro divino tipo Lassie que estaba sentado, una belleza. También me acuerdo que cuando cumplí 5 años mi papá se fue de Luro a Las Isletas en bicicleta, porque en esa época no teníamos vehículo y justo le había tocado trabajar en el pueblo, así que salió pedaleando para la Estancia y a la pasada me compró 2 botellitas miniatura de Ginebra Bolls, no sabía que regalarme y tampoco quería llevar demasiado peso, las tuve conmigo por muchos años como un valioso recuerdo.”
“Para aquellos lados cercanos a Las Isletas había mucha gente, San Carlos, El Remo, San Antonio, muchos venían a hacer compras por sus propios medios y otros esperaban en el Boliche el paso de alguna camioneta. Eran épocas muy lindas”.

Hoy el boliche sigue en pie inmerso en un sinfín de recuerdos que lo rodean, mantiene sus paredes intactas sobre ese cruce de caminos polvorientos, esperando en silencio algún sonido de galope invisible o el bullicio de conversaciones de épocas pasadas. Su cartel de Pepsi, tal vez más de su época contemporánea, aún se sostiene ante el viento del noroeste que lo acecha sin tregua. Estando allí se respira un aire de resistencia al paso del tiempo, al olvido.

En muchos pueblos y caminos rurales, las pulperías y los boliches aún nos cuentan su historia, que en cierta forma también es la historia de un país, de una región. Aquí, solo una pequeña muestra de lo que puede verse en nuestra zona, el sueño es poder abrir esa tranquera al pasado, contar la historia y honrar con sus recuerdos y anécdotas tan valiosas a esos pioneros protagonistas.

Por Noelia Sensini

Gracias de corazón a todas las personas que me ayudaron a escribir ésta historia tan hermosa. Me emociona poder transmitirlas y que no se pierdan, sobre todo para los más jóvenes que a veces emigran hacia las grandes ciudades desconociendo el origen se los pueblos que los vieron nacer.

GRACIAS INFINITAS A Oscar Ramos y su señora Alicia, a Yanina Martínez, Alejandro Frascarelli y Beatriz Machain
Susana Ester Ganduglia
Marta Onorato y Marcelo Schwerdt

Bibliografía https://www.lanacion.com.ar/turismo/almacenes-y-pulperias-de-buenos-aires-nid2031374/